Diablo negro
$650.00
La lectura de Diablo negro fue una grata sorpresa. Primero, porque me gusta la novela policial
y no conocía al autor. Segundo, porque, cuando conocí a Leandro Villar, supe que no se trataba
de un escritor profesional, sino de un profesor de matemática.
Sea como sea, la historia que relata resulta atrayente por la llaneza de la escritura
y su atractiva trama. Para ser una novela policial, debía hacerse cargo de algunos lugares
comunes —como el investigador en cierto punto antihéroe, que rompe las reglas y está
atravesado por contradicciones y conflictos interiores—, los que son casi señas de identidad
del género. Diablo negro se hace cargo de esto.
Y aunque suene a oxímoron, ese lugar común, del que no podría escapar el protagonista, está
resuelto con creatividad, al volcarse sobre un personaje femenino. Porque Carla Negre es en
cierto punto una antiheroína: rompe las reglas, está atravesada por contradicciones y
conflictos interiores, pero no puede ser igual a cualquier típico policía rudo o detective
privado alcohólico. Y no lo es.
Desde mi perspectiva personal —que no es la del crítico literario, sino la de quien se dedica a
la medicina legal—, es imposible obviar un comentario sobre un acierto muy particular de la
obra. Me refiero a la construcción de ciertos personajes que, como el médico psiquiatra y el
forense, parecen estar llamados a iluminar el camino hacia la verdad. Los errores, las
imprecisiones y los sesgos en las afirmaciones de uno y otro, lejos de ser una falla de la novela,
son su parte menos ficcional. Porque así es el sistema, que parece necesitar más del visto
bueno de un representante de la ciencia que de la ciencia. Este es otro lugar común que
funciona bien en Diablo negro.
Tal vez, un próximo prologuista ya no pueda escribir que Leandro Villar no es un escritor
profesional.
Hugo Rodríguez Almada